jueves, 29 de octubre de 2015

LA LIBERTAD DE MIS QUIMERAS


Hoy les comparto un poema de la escritora cubana Idania Bacallao Iturria, enviado desde su Orinoquia, como ella misma llama a su pueblito del centro de la isla.

Llamada (1944)
Paul Delvaux
A: JORGE VELÁZQUEZ EN SU FUERZA DE BONDAD…


Dame, Dios Señor, la logística de los no pecados.
El clavicordio de alquiler para enamorar a los amores.
La lluvia de los telares sin boceto.
La vida de mi padre.
La de mi amigo.

Dame, Padre, la campana que hace de la sombra un aplauso.
Pero no me des el ruido de los cincuenta años vividos.
Ni la desnudez sin coherencia de estos indicios sin suerte.
Ni el freno morboso de mis desconsuelos.

Oh, Dios Bendito, dame la libertad de mis quimeras,
La palabra que no se lleva el viento.
El auxilio de la palabra libertad.
El hombre exacto del cauce de mi vida.
Y no me des Dios la pestaña del ahorcado.
Ni la lágrima del inexistente.
Ni la modificada carta de los corintios.

Señor, Padre Nuestro, no me des a un Jorge sin olimpo.
A un Jorge sin sus llantos de padre bueno.
Dame Jesús su mano que nació de tu mismo amor
Dame su pie, Jesús, como corola del coraje
Dame su silencio de excusa tarambana
Dame su hebra de hilo donde nos une la historia
Dame su corazón.

Solo eso te pido en aras de mis delatoras alabanzas con él.

Y ahora que estoy lejos
         De sus espacios
       De sus árboles
       De sus abrazos
Sírveme la copa donde vive el enjambre de sus besos
Deshoja esta interminable nostalgia de mi cuerpo
Esculpe mi nombre en el costado izquierdo de sus cabellos.

Yo lo amo como el hombre que no se hospeda en mi sexo.
Yo lo amo como el ángel que ronda el barro donde nací.
 Yo lo amo como un Júpiter en mi Venus de llanto.
Yo lo amo porque  hará un Fénix para salvarme.

Dame Dios Padre Jesús los sueños no enterrados aún en el himen de mi muchacha.
Y no me dejes, bendito Dios, sin el príncipe de la verde manzana.
Son casi las ocho de la noche y mañana en junio la flor de lis
Se hará brindis en el lenguaje corpóreo de su verbena enamorada.


IDANIA BACALLAO ITURRIA
CUBA. 2015







ELLOS A MATARME Y YO A NO DEJARME MATAR...

Para Yovana Martinez, in Miami nice sin-con exorcismo final...

Amparo (1927)
Isamel Nery
Yo soy una puta enmascarada. Un trago de licor envenenado con una víbora dentro. Interpreto en la vida a una reina de viaje.
Nadie lo sabe, pues vivo solapando a esta puta que me digo que soy. De miedo y de seducción he vivido. Los espectadores que tengo me miran como una película psicodélica, pero si supieran que en mi interior vivo ridiculizando estas pretensiones con las que ando sobre los carriles de mi historia, me echarían a un lado de la noche a la mañana.
A solas, ni yo misma acabo de entender cómo no se han percatado que no soy ninguna extraordinaria. Soy simplemente una mujer de lucha.   Una mujer que viaja todos los días  en un jet israelí.  Me inmolo varias veces y abato en picada las propias trincheras que tengo a escondidas  en un planeta en glaciación para que no me descubran.
Muchos son los que creen que soy una invitación al interior de ellos mismos.  ¡Si supieran!, que sé matar ovejas como una lunática. Y que carezco de identidad -en ese momento-  para convertirme en un bicho raro desnudo.  Amo ese momento.  Interpreto a una condesa enamorada del odio y la ira.  Solo así ofrezco visiones estupendas ante cualquier percepción sensorial que me haga un "zoom" en una cámara oculta.  Una panorámica como esta es difícil de encontrar en otra mujer.  No por gusto soy una puta enmascarada.
Nada me gusta más que encontrarme -en estas condiciones- con una pareja de amantes desgraciados que buscan a una mujer filosófica  (como dicen que soy) para descargarse.  Ahí es donde me doy cuenta que todo les carece de identidad hasta que aparezco yo: reina enamorada de su propia putería. Los amantes se miran con alegría; frágiles como mariposas en viento fuerte de cuaresma, para dispararse a contarme sus eternidades.  Que al final cualquiera se daría cuenta que solo te cuentan la más pura mierda constante de cualquiera pareja que se digan amantes amorosos.  Amantes fieles y leales.  Amantes que acaban de tener sexo en cualquier baño de terminal sin agua.
Un día de estos partiré sin decirle a nadie de mi partida. Solo tomaré para esta salida secreta una pequeña  secuencia rodada a muy corta distancia por otra mujer similar a mí. La filmo sin ningún sentido tradicional. Lo hizo y ya. Verdaderamente nunca me dijo que le llamó la atención en mí para que se enamorara de estas ganas incontenibles que muy a menudo tengo de dormir en otro cuerpo.  Y siempre poseer un arco y una flecha para apuntar a las incontenibles ganas de prender fuego a lo que me sea obstáculo.  O a lo que me sea nombrado como prohibido.
Esa palabra me hace sentirme dentro de un desequilibrio pantera, que me da cierto aspecto de niño malcriado que camina como  un gato feroz y nada como un delfín.  Odio este perfil que -me monta- muy a menudo.  Sin embargo, estos ojos de puma que me caen en la cara como un satélite es un opio perfecto para los que me llegan.  Es cuando más me alaban.  Soy un hachís perfecto para el más superficial adicto.
Mi aspecto de puta enmascarada mezclado a esa fiereza es como un poema crudo seductor que me atrajo a un bohemio con cabellera enmarañada, labios carnosos, ojos de puma como los míos.  Así como un porte petulante, burlón, sádico.  Aterrizo a mi lado como un brillante y sexy poeta.  Macho dispuesto para sacar a pasear su serpiente a toda hora que yo le pidiera.  No se lo pedí.  No me gustan los varones de portadas, aun menos los que salen de escuelas de cines.  Solo le permití algo, me gustó su historia de que padece de un indio americano hincándole el ombligo, los viernes de cada semana.
Chocado por mi indiferencia, agarró una borrachera que fue causante de su salida urgente.  En solo pocos minutos me convertí en la Diosa de la Luna que había provocado que el monstruoso lagartijo de salón saliera sorprendentemente, aunque no dejó de imponer su voluntad inapelable.  Hasta su indio americano se desapareció, llevándose con él hasta el escenario que había montado como uno más de sus pobretones panfletos de su dicho cine actual.
Fui -y todos lo supieron- la causante de su exilio.  Cargué todos los indios que tenía hincado en su ombligo (no sé cuándo me los traspasó) y también salí.  Me fui borracha.  Todavía no había doblado la primera esquina (aunque ya todas las esquinas están dobladas) me tropecé con un camión cargado de indios que luchaban entre ellos ganando voces para gritarme: ¡Puta, puta... Putica! Si no hubiera estado tan borracha, juraría que uno de los tantos indios era el bohemio con ojos de puma.  Pero encima de mí llevaba toda la mucha publicidad que  siempre atraigo, a un pretencioso dios griego que me seguía después de más de una hora, y una tétrica y apestosa peste de vampiresa alemana por todo el cuerpo, como otro de los tantos misterios de esa noche.
Totalmente alucinada por la borrachera y patrocinada por los indios, que ahora trepados en mis pezones me succionaban toda mi identificación, encontré una puerta verde que me invitaba a entrar.  Dos luces de mercurio iluminaban un cartel: BAR.  Lo sentí suficientemente práctico para planear -aunque fuera torpemente- una autenticidad distinta a la que ya llevaba en mi vida nocturnal.
Allí nadie me conocía.  Allí podía ser yo sin ser la puta enmascarada.  Sin llevar ya ningún trapo dentro de los sostenedores, y sin exigirme lástima, ni perplejidad despiadada alguna. Y aunque la autoridad de aquellos coletazos de los indios me estaban dejando lastimosamente ante cualquier admirador, decidí que allí,  en aquel bar,  yo me iba a reivindicar fuera lo que fuera.  Aliviada al oírme yo misma en mí ya emparejada borrachera con el número de indios que crecían como mariposas en madrigales húmedos, me colé en la barra del bar como una bomba de terrorista.  Yo quería apedrear al mundo.  Quería lograr hacerme un hueco -no escurridizo- esquivando a todo aquel que me miraba exhibiendo aquellas tetas todas ripiadas, que fueron las que constituyeron el mejor paliativo para alentarme,  aun mas,  a sobrevivir de otra manera dentro de aquel bar.
Mi crisis de autenticidad se podía ver privilegiada de un momento a otro.  Adopté otro estilo, otro talento (que por cierto, era el verdadero mío) como nombre de pila dije Oscar.  Me llamo Oscar... El feminismo del bar me llamó la atención y me enamoré perdidamente del mismo.  Nunca había necesitado tanto un lugar como este, ahora más que me veía sin imitación ninguna.  Solo siendo un Oscar puro, capaz de acunar que las mujeres necesitan más que nunca de otras mujeres para sentirse las más aburridas del mundo.
Y me juro que si mañana mismo, cuando yo salga de este bar (ya menos borracha), me tropiezo con alguien   que se parezca a mi Oscar, confieso así y públicamente, que me convertiré nuevamente -y otra vez- en una puta enmascarada. Pero asesina.  Una cruel asesina, que solo matara a mujeres putas, lo juro otra vez.  Aunque no dejaré de buscar al bohemio con sus indios.  Ese me la paga a mí...

Idania S. Bacallao Iturria
Rancho Veloz. Villa Clara.

Cuba 2015.